“Hay cosas que tienen virtudes que los hombres de ciencia no saben explicar, como el amuleto de raíces o la frialdad de la piedra amarilla llamada estopacin.” Estas palabras, atribuidas a Ben Adret, el ilustre rabino de Barcelona, nos transportan a una época en la que la sabiduría no se limitaba a lo empírico, sino que abarcaba también lo místico, lo espiritual, y lo inexplicable. Entre las piedras preciosas que fascinaban a los sabios de la Edad Media, el topacio, se destacaba no solo por su belleza, sino también por las virtudes casi mágicas que se le atribuían.
El Topacio en la Tradición Judía
En la tradición judía, el topacio no era solo una piedra preciosa, sino un símbolo de protección divina y poder espiritual. Se menciona en textos religiosos como una de las piedras que adornaban el pectoral del sumo sacerdote en el Templo de Jerusalén, junto a otras gemas de gran valor simbólico. En este contexto, el topacio representaba la tribu de Simeón, siendo un recordatorio del vínculo entre lo terrenal y lo divino.
Los rabinos medievales, como Ben Adret, reconocían las propiedades del topacio no solo por su relación con lo sagrado, sino también por sus supuestos efectos curativos y protectores. Se creía que esta piedra tenía el poder de proteger a su portador contra las fuerzas del mal, los malos espíritus, y las enfermedades. El topacio se convertía así en un talismán, una especie de escudo espiritual que ofrecía seguridad en un mundo donde lo visible y lo invisible cohabitaban.
Propiedades Místicas y Curativas del Topacio
Durante la Edad Media, el topacio era visto como una piedra con propiedades que iban más allá de lo físico. Se decía que tenía la capacidad de enfriar el agua hirviente y de calmar la ira, tanto la del hombre como la de la naturaleza. Esta creencia en el poder de la piedra para equilibrar las emociones se reflejaba en su uso por parte de reyes y nobles, que la llevaban como amuleto en momentos de conflicto o tensión.
El topacio también era conocido por su capacidad para fortalecer la vista, un don invaluable en una época donde la lectura y el estudio eran caminos hacia la sabiduría divina. Se recomendaba a los estudiosos llevar un topacio para protegerse de la fatiga visual y para mantener la claridad mental durante largas horas de estudio.
Además, se creía que el topacio tenía la virtud de curar enfermedades. Según las creencias populares de la época, podía purificar la sangre, aliviar dolencias cardíacas, y proteger contra la peste. Estas propiedades curativas se consideraban un reflejo de la conexión íntima entre el cuerpo y el espíritu, un vínculo que el topacio ayudaba a fortalecer y mantener en equilibrio. “Si deseas profundizar más, puedes consultar las responsas de Ben Adret (1235-1310), el destacado rabino de la keilá de Barcelona.”